En medio de la campaña electoral la figura del Papa aparece con ruido e insistencia. ¿Qué es lo que genera esa inquietud, por no decir obsesión de diferentes actores? Más allá de lo que él mismo pueda hacer o decir –o, en todo caso, dejar de hacer o decir- ¿qué es lo que resulta incómodo o incluso insoportable para el núcleo de quienes construyen la opinión pública y los debates en Argentina? ¿Qué hace que su figura se vuelva controversial para la sociedad argentina? ¿Será que lo primero –lo que les pasa a los formadores de opinión- lleva a lo segundo – lo que le pasa a la sociedad? ¿O es al revés?

Escuchamos decir que “él tendría que hacer algunos deberes antes de venir para que todo el pueblo argentino lo vea como el Papa y no como parte del Partido Justicialista». En nombre de la república,  piden que sea un Papa de “todos”, pero de todos… “juntos”. Acá hay una pista. De por medio está, en primer lugar, algo que se encuentra siempre supuesto en la política, que es la construcción del conjunto y el sentido de la totalidad social. En segundo lugar resuena algo que en el drama argentino tiene un peso particular históricamente, y de manera puntual en su actual despliegue. Es de la cuestión de cómo-vamos-a-ser-y- vivir todos-juntos, o sea, qué significa y de qué manera vamos a ser una sociedad. Finalmente: esto aparece en un momento donde se discuten los limites de lo colectivo y la definición de quién pertenece y quién no, qué se excluye y cómo se incluye. Una discusión que comprende también  los modos de convivir, de reunirse y concurrir (de estar en asamblea, que se dice “ecclesia”)  y las maneras de plantear en relación a estas cuestiones  la economía, la memoria, la mirada recíproca y colectiva y, obviamente,  desde el vamos, la política. El tema del Papa aparece en la política argentina en un momento en que debatimos los modos de estar asociados. Las maneras de constituirnos como sociedad.

Un contrato social, una alianza. Todos y juntos: no por nada se trata del problema, en sentido etimológico pero tambien teológico y desde allí político, de la catolicidad. Kαθολικός, katholikós , de kathos y holos (como en “holístisco”) es el tema del todos, a “través del todos”. El tema y, claro, el problema. No es casual algo de lo católico, también como vieja prenda de –acaso ficticia, muchas veces pretendida, unidad de identidad- vuelva ahora como tema, y como problema.  Quizás sería interesante hacer resonar estas cuestiones, y estas viejas resonancias, en los debates de una sociedad que dirime en las elecciones no sólo un gobierno, sino acaso también su destino, su definición como colectivo, su posible dualización creciente o definitiva, su quiebre identitario o su posibilidad de entenderse como un para-todos, un todos-juntos.

Resulta que son las elites argentinas -esas que gozaron de la bendición  y condescendencia permanente de la cúpula eclesial, esas que arguyeron la catolicidad como motivo de su legitimidad para definir el todos- con sus periódicos y sus voceros, quiénes se muestran incómodos con el Papa y con las nociones de la catolicidad que el propone. Llamativamente la consideran poco católica. Pareciera que lo que en verdad no logran procesar no es tanto que el Papa resulte “peronista”, sino que sea, en todo caso también el Papa de los peronistas.

Lo que se plantea gira en torno a que y quienes son “todos”. ¿Cuál es el nudo? Puede que sea  que lo que el Papa dice pone en cuestión el “todos” del poder hegemónico, en el cual el “todos” es … pero sin los pobres. Es un “todos” pero sin (el) pueblo o, más aún, un “todos” que incluye un pueblo pobre que no molesta. Un todos y un juntos que se dualiza y que naturaliza esa dualización: con la exclusión, la subordinación, incluso el descarte o el sacrificio de una parte. Porque el todos hegemónico puede y tiene pretensiones de incluir a los sectores populares, siempre y cuando estos se posicionen en su lugar subalterno, ordenado, sub-ordinado. Pero sobre todo, que estén adentro pero sin pretender controlar los resortes del poder, del estado, del gobierno y sin esgrimir las pretensiones, las memorias, la identidad y los simbolos que hacen ruido. Esos mismos que se le asignan al Papa, o que se supone que el Papa bendice y no debiera, o que se espera que condene.

 ¿Cuántos pueden entrar y de qué modo en ese “todos”? ¿Qué “todos” soporta el pensamiento dominante en Argentina? Y como contrapartida, ¿cuáles (modos políticos, culturales, economicos de vivir) “juntos” propone? La formulación simbólica y discursiva del marketing político del actual gobierno propone un juntos e imagina un todos que colisiona con los planteos de Francisco. Atención, reiteramos: choca con lo que Francisco plantea, no con la idetidad política del Papa. Cuando aparece en escena aquello de lo que el Papa habla y, junto con eso, los rostros de aquellos con quienes conversa y a quienes abraza, vuelve a emerger lo que en el fondo siempre dijo el cristianismo: la redención es y sóloes si es para todos. Comienza y se alcanza con y para todo el pueblo y todos los pueblos, en particular los pobres. Es lo que dice Francisco, y no es tanto lo que dice un Papa peronista, ni siquiera lo que dice un Pontifice argentino. Es lo que dice la Doctrina Social de la Iglesia, el magisterio reciente –ortodoxo, no hace falta teologia de la liberación alguna para afirmar estas cosas- de todos los Papas. Y, como señalamos, es lo que basicamente dice el cristianismo. Por no mencionar los nombres propios de Francisco de Asis o. claro, del mismo Jesús. 

Habría que preguntarse si acaso no es ESO lo insoportable para el discurso dominante. Y que de ahí venga esa molestia, ese run run  que es casi un desgarro, un resentimiento, un cierto despecho, una ruptura, una rabieta o un enojo modo dios. Una bronca no exenta de cierta deseperación y cargada de reproche, ante el hecho de que aquello que legitimaba la noción excluyente del “todos”, desafía ahora esa comunidad ilusoria separándose de los poderosos  y planteando una preguntas molestas, un conflicto, un todos-otro. Justamente en el momento en el que se exacerba la exclusión y se explicita la segregación de los que quedan afuera, Francisco se planta con decisión diciendo algo así como “yo estoy con todos, y por eso estoy sobre todo con los que quedan afuera”.

A lo mejor lo que pasa es esto: que el  todos del catolicismo, y sobre todo el todos del catolicismo formulado y expresado por Francisco, resulta ser es el hecho maldito del “todos” burgués, y entonces poner en cuestión el “juntos”.

Los planteos, los dichos, la práctica de Francisco , y no su identidad o idetificación política poner a la vista una herida, muestra el modo falso, acaso perverso con que los sectores dominantes suturtan el vacío y pretenden “cerrar” su idea de sociedad armoniosa, comunitaria, casi eclesial.

Lo que Francisco plantea – las victimas, el descarte, los más pobres-  es nada menos que la idea anticuada,  anacrónica y molesta de “pueblo”. Nada menos. Y este  Papa  dice, contra toda la fraseología liberal-progesista, que es  más dificil, que es superior ser pueblo que ser meramente  ciudadanía. Encima, lo dice en documentos oficiales, y en su Exhortación apostólica programática (Evangelii Gaudium, la alegría del Evangelio) :

En cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes. Recordemos que «el ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral»Pero convertirse en pueblo es todavía más, y requiere un proceso constante en el cual cada nueva generación se ve involucrada. Es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía. (EG, 120)

¿Por qué la saña entonces? Porque les interrumpe la fluencia del discurso imparable  que dice “Vamos todos juntos pero seamos una sociedad que fluye, no una masa arcaica, no un  pueblo”.  Y el Papa los deja hablar, pero quizás les pone  cara, parecido a lo que hace unos días pasó con un intendente del conurbano que con un gesto  puso en cuestión la puesta en escena del pais que corre ligero y veloz, como un Metrobus. Pero no es la expresión facial lo que les molesta: el gesto, los gestos que les molestan son los que expresan las intenciones y las tomas de partido de su pontificado. En el mundo de la sonrisa, la alegría y el color, les pone un no. Un así no, un “no sin esto, no sin el pueblo, y no sin estos, no sin los del pueblo”.

 Podríamos decir: el poder hegemónico en Argentina, los sectores que hoy gobiernan no aguantan un NO. Los imparables no pueden detenerse, ni admiten ser detenidos por nada y ante nada. Ellos son la fantasía del sí infinito y la negación de toda negación. Son sin limite. Son un “si se puede”, “si, vamos adelante”, “si, estamos bien”. Una gran sonrisa, una gran fiesta, un gran fluir.  Para ellos, ese NO es delator, muy, como el corazón de la víctima que no dejaba dormir al protagonista del cuento de Poe. Lo que no se bancan del Papa  es eso: que habla de la víctimas, y se pone a su lado. Y las llama pueblo.

(Continuará)