Verde el campo, verde el trébol, verde la camiseta de la selección, verde el manto del santo patrono. Irlanda es verde: su color es una marca nacional. Ser tierra católica, de gente temperamental y más bien amigable con el alcohol, también.

Como casi todo aquello que ocurrió en el siglo V, San Patricio es una mezcla de historia y leyenda. Pese a esto, en todas las versiones sobre el santo de la cerveza hay un hito fundamental en común: A los 16 años fue secuestrado por piratas, llevado a Irlanda y forzado a trabajar en los campos verdes. Fue allí donde aprendió a hablar el celta y supo de la mitología de los druidas. El paso por esa prueba –valga la redundancia, porque pirata y prueba, como experiencia, perito y peligro, tienen su origen en la palabra “prueba”- explica el sincretismo que años después, ya como sacerdote y misionero, logró gestar entre la cultura celta y un cristianismo, que para entonces ya era de concetpo griego y organización romana. El sol, símbolo de sanación, fertilidad y fuente de vida en la cultura que los druidas cuidaban, quedó fundido en la cruz de los cristianos, como lo que dora un campo. Metabolización, mixtura y encuentro popular de las creencias.

Las voces también dicen que San Patricio fue quién expulsó las serpientes de Irlanda, que las mandó de regreso a Inglaterra para que no vuelva nunca más.

Las serpientes no regresaron, pero el insaciable dominio británico sí. La hostilidad permanente de la potencia imperial ubicada del otro lado del mar de Irlanda convirtió a la tradición católica en un estandarte contra la invasión inglesa y la dominación anglicana. En el siglo XVII, el 80% de la población irlandesa era católica, pero para esta inmensa mayoría estaba prohibido por leyes penales comprar, heredar o arrendar tierras, votar, ocupar cargos políticos y acceder a la educación. Trabajaban forzosamente para los terratenientes ingleses y angloirlandeses. Para su subsistencia, dependían del alimento sagrado llegado desde Suramérica y que paleó la hambruna de Europa: la papa.

En 1845 se desató una crisis alimentaria causada por una plaga que afectaba específicamente a la papa. Los cereales de los campos de los terratenientes se mantenían intactos, mientras el cultivo que abastecía la mesa de las familias campesinas irlandesas se pudría masiva e irremediablemente. El hambre y las enfermedades se expandían, pero las ideas maltusianas y liberales de la tecnocracia inglesa fundamentaban que la intervención estatal para contener la situación era inadmisible. El censo de 1841 registró una población de 8.175.124. Luego de diez años, inmediatamente después de la hambruna, habia  6.552.385 almas en irlanda. Se calcula que un millón de irlandeses murió.  Otro tanto huyó del país.

Esta hambruna quedará marcada a fuego en le memoria del pueblo irlandés –como todo lo que se marca al nivel de las tripas- y será una historia que los hijos y nietos de quienes migraron hacia tierras americanas escucharán de sus abuelos una y otra vez. Miles de irlandeses llegaron hasta la pampa argentina buscando dejar atrás el trauma del hambre y la opresión. Junto a esta memoria de resistencia y las manos dispuestas a trabajar la tierra, llegaron también sacerdotes y religiosos acompañando la diáspora irlandesa. En otras praderas verdes y fértiles, construyeron templos y comunidades que cada 17 de marzo festejaban su fe con bailes y borracheras sagradas, venciendo una y otra vez aquel genocidio y ese viejo dolor que las vísceras aún recordaban pero que también buscaban olvidar.

Los sacerdotes palotinos fueron parte de esta migración. Construyeron iglesias consagradas a San Patricio en las ciudades bonaerenses de Mercedes, San Antonio de Areco y en el barrio porteño de Belgrano. En Mercedes, Charly García tocó en el órgano monumental que hace vibrar el templo; en San Antonio de Areco, Carlos Mugica visitó a los seminaristas que se formaban allí a comienzos de los ’70; en Belgrano, la dictadura militar asesinó a cinco palotinos: Alfredo Leaden, Pedro Dufau, Alfie Kelly, Salvador Barbeito y Emilio Barletti.

“Quiero ser bien claro al respecto: las ovejas de este rebaño que medran con la situación por la que están pasando tantas familias argentinas, dejan de ser para mí ovejas para transformarse en cucarachas”. Esto es un fragmento de la homilía del sacerdote palotino Alfredo Kelly, pronunciada pocos días antes de la masacre del 4 de julio de 1976, luego de enterarse que gente cercana a la Parroquia participaba de remates de bienes robados a detenidos-desaparecidos. Nacido en el pueblo de Suipacha en 1933, Alfie tenía la profundidad de los que están unidos a Dios y el temperamento propio de su sangre. Dicen que las injusticias lo sublevaban, que la igualdad era un sagrado y que su voz encendía todo lo que alcanzaba. Ese domingo, frente al poder económico y militar que también asistía a misa en San Patricio, no solo dirigió a ellos sus palabras encendidas de pastor bravo. En esa voz, vibraba también la memoria de un pueblo que padeció la miseria planificada y la muerte de los más amados.

“Yo soy testigo, porque lo acompañé en la dirección espiritual y en la confesión hasta su muerte de lo que era la vida de Alfie Kelly”, fueron las palabras con las que Jorge Bergoglio, entonces Arzobispo de Buenos Aires, lo recordó al cumplirse 25 años del martirio de la comunidad palotina. De esa misma homilía, salieron las palabras que hoy pueden leerse en la vereda de la calle Estomba casi llegando a Echeverría, donde tres baldosas señalan a la Iglesia de San Patricio como un lugar que aún pide justicia y demanda compromisos: “Las baldosas de este solar están ungidas con la sangre de ellos”. El día que se colocaron las baldosas, Estela de Carlotto pisó por primera vez la Parroquia de San Patricio de Belgrano, cuarenta y dos años después de la masacre. Allí, parada sobre un escalón que la separaba unos centímetros de la calle, aseguró: “Ellos, con su bondad, para los que creemos, están en el cielo. Y fíjense: creo que nos han mandado un Papa que es el que va a salvar al mundo (…) Ellos nos han mandado ese Papa. El día que él decida venir acá es porque nosotros pusimos las cosas en su lugar. Hay que seguir y no bajar los brazos”.

San Patricio es el santo patrono de un pueblo que se hizo fuerte en su fe y su cultura para aguantar el hambre y la humillación del imperio. En esa resistencia, la cerveza fue alimento y también esperanza. En la borrachera se juntan los corazones para expulsar las serpientes y que brote de nuevo el alimento que mata el hambre, el temperamento que vence al olvido y la audacia que construye victorias.

Donde hubo hambre, pudo haber cantos. Donde hubo masacre y muertes, banquetes y encuentro.

¡Salúd!

  • panen77