“No solo hay que forjar el riñón de la Patria,
sus costillas de barro, su frente de hormigĂłn:
es de urgencia poblar su costado de Arriba,
soplarle en la nariz el ciclĂłn de los dioses.
La Patria debe ser una provincia
de la tierra y del cielo”.

Leopoldo Marechal, Descubrimiento de la Patria

“Tata Dios nos pide coraje. Que no nos achiquemos. Tenemos una doctrina que practicar, predicar y vivir. Y si cuando se presenta la oportunidad, si cuando hay un riesgo en vivirla en toda su integridad nosotros nos achicamos entonces hemos perdido la oportunidad y Tata Dios se encuentra defraudado por nuestra falta de fidelidad. Sean santos como Dios espera que lo seamos. En la vida cotidiana, nada extraordinario, pero sĂ­ lo extraordinario de vivir hasta en sus detalles la doctrina del amor” 

Don Jaime de Nevares,  mayo 1995 

“Deben encararse los cambios con decisión y coraje, avanzando sin pausas pero sin depositar la confianza en jugadas mágicas o salvadoras ni en genialidades aisladas. Se trata de cambiar, no de destruir; se trata de sumar cambios, no de dividir. Para cambiar importa aprovechar las diversidades sin anularlas.”

NĂ©stor Kirchner, 25 de mayo de 2003

«Todos los dĂ­as hemos de comenzar una nueva etapa, un nuevo punto de partida. No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan: esto serĂ­a infantil, sino mĂĄs bien hemos de ser parte activa en la rehabilitaciĂłn y el auxilio del paĂ­s herido. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia religiosa, filial y fraterna para sentirnos beneficiados con el don de la Patria, con el don de nuestro pueblo, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sĂ­ el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos. Como el viajero ocasional de nuestra historia, sĂłlo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser NaciĂłn, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caĂ­do. Aunque se automarginen los violentos, los que sĂłlo se ambicionan a sĂ­ mismos, los difusores de la confusiĂłn y la mentira. Y que otros sigan pensando en lo polĂ­tico para sus juegos de poder, nosotros pongĂĄmonos al servicio de lo mejor posible para todos. Comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo mĂĄs concreto y local, hasta el Ășltimo rincĂłn de la patria, con el mismo cuidado que el viajero de Samaria tuvo por cada llaga del herido. No confiemos en los repetidos discursos y en los supuestos informes acerca de la realidad. HagĂĄmonos cargo de la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia, porque allĂ­ estĂĄ el Resucitado. Donde habĂ­a una piedra y un sepulcro, estaba la vida esperando. Donde habĂ­a una tierra desolada nuestros padres aborĂ­genes y luego los demĂĄs que poblaron nuestra Patria, hicieron brotar trabajo y heroĂ­smo, organizaciĂłn y protecciĂłn social.»

Jorge Bergoglio, 25 de mayo de 2003

LA BARCA / LA PATRIA

Hay barcos en la historia de la Patria.

Los iniciales, quizĂĄs, estĂĄn en los ojos de los indios, los primeros de los nuestros. Los que ellos vieron venir, desde las pampas hermosas e inmensas que habĂ­an sido de ellos por milenios. Eran las naves de los colonizadores que asomaron ĂĄvidos de la plata del PotosĂ­. Esos que llegaron por el rĂ­o que hoy lleva el nombre del metal precioso que buscaban y que terminĂł dando el nombre, argentum de nuestra riqueza y codicia, a esta tierra. Las Provincias Unidas del rĂ­o de la riqueza que algunos querĂ­an llevarse y que debĂ­an ser para todos. 

Hay barcos que llegaron llenos de historias de desarraigo, de hambrunas de guerra, de destinos inciertos y de esperanzas largas. Los barcos de las fotografĂ­as en sepia y de los mil colores de Quinquela. Son los barcos que vinieron trayendo con ellos los instrumentos para cantar sus penas y anhelos. Fue en las orillas de los grandes rĂ­os donde el bandoneĂłn de las iglesias se hizo tango y el acordeĂłn de las fiestas chamamĂ©. 

Son los barcos frĂĄgiles pero certeros de los rĂ­os de la orilla brava. Los de trabajadores que reman enamorados mientras con el sudor y la noche hacen el sustento para parar la olla: “Llevo mi sombra alerta, sobre la escama del agua abierta y en el reposo vertiginoso del espinel. Sueño que alzo la proa y subo a la luna en la canoa, y allĂ­ descanso hecha un remanso mi propia piel.”

Hay barcos-veleros como el de Vito Dumas dandole la vuelta al globo como un lobo solitario. Hay barcos de la rebeldía, de tanguitos, de pelos largos, utopías y de tristeza en el mundo abandonado, para irse a naufragar. Balsas de muchos y de unos, de poesía, refugio, huida y encuentro a la vez.  

Hay barcos con dolores y hundimientos y honduras: el ARA General Belgrano, que es una lanza clavada en el costado de la Patria y que sigue doliendo hasta que podamos reencontrarnos todos allĂĄ en Malvinas. TambiĂ©n el ARA San Juan y los 44 hĂ©roes que se quedaron para siempre sumergidos en la inmensidad del AtlĂĄntico Sur. Y el Almirante Irizar avanzando firme hasta el fin del mundo. 

Estamos todos en todas estas y otras barcas que son una misma barca. 

Barca y arca, a las que no les han faltado diluvios y naufragios

En la proa lleva una consigna difĂ­cil que es combatida y al mismo tiempo insiste, en todas las navegaciones, naufragio tras naufragio, y en cada nuevo viaje: NADIE SE SALVA SOLO. 

La Patria es una nave en el mar de la historia y en la tormenta del mundo.

LA PATRIA COMO UN DOLOR / LA PATRIA FELIZ

“La Patria es un dolor que aĂșn no sabe su nombre”, dice el “poeta de la patria joven”. Leopoldo Marechal fue perseguido y bastardeado desde la academia por haber gozado la fiesta del pueblo desde su embrionario 17 de octubre. Le pasĂł lo mismo a Enrique Santos DiscĂ©polo (que, como el autor de AdĂĄn Buenos Ayres, es una referencia permanente del Papa). TambiĂ©n le pasĂł y le pasa a RamĂłn Carrillo. La excelencia puesta al servicio de la felicidad del conjunto es algo aberrante para quienes creen que la belleza y la salud son un patrimonio exclusivo de quienes tienen el respaldo de las hectĂĄreas o las divisas. 

Carrillo fue un hombre que apostĂł por la dignidad y la plenitud del pueblo. Por su salud y potencia. AsĂ­ entendiĂł la polĂ­tica sanitaria. Se lo acusa por haber querido que los criollos y mestizos desenvuelvan su mezcla virtuosa para ejercer plena soberanĂ­a sobre estas tierras del sur. Que los hijos de los que padecieron el genocidio, unidos y mezclados a otros que vinieron cruzando el ocĂ©ano, gobiernen estas Pampas, selvas, cordilleras y mares. Esa pretensiĂłn de afirmaciĂłn de un pueblo, se tradujo en un sistema de salud organizado en torno a la certeza de que “en esta tierra lo mejor que tenemos es el pueblo”. Eso es lo que buscan escupir con veneno. El gran sanitarista argentino es calumniado en medio de una pandemia que pone en cuestiĂłn los sistemas de salud dominados por la lĂłgica del mercado. Hay un sistema mundial que cruje y no tolera ni siquiera el recuerdo de un paĂ­s que supo ser feliz. Sus voceros atacan los sĂ­mbolos y los nombres de lo que nos sostiene. Horadan la memoria, pero la memoria insiste. Y florece. Hay que cuidarla, sin embargo, porque acĂĄ en Argentina sabemos bien que la memoria es nuestra casa comĂșn.

RECONOCERNOS EN LOS NUESTROS:  FRENCH, BERUTI, RAMONA Y VICTOR

Los relatos de la revoluciĂłn de Mayo cuentan que, a la par del Cabildo abierto, las calles se iban picanteando. Y no era solo una pueblada, una revuelta. HabĂ­a liderazgos y una proto organizaciĂłn popular que tenĂ­a en la resistencia a las invasiones inglesas el antecedente inmediato. Billiken y Kapeluz solo se quedaron en eso de las escarapelas a la hora de inscribir a French y Beruti en el relato de la gesta de mayo, pero todo indica que estaban mĂĄs cerca de ser “referentes sociales” que directores de protocolo. Eran los que lideraron a los que afuera del Cabildo esperaban que los criollos notables patearan el tablero para decir que esta era tierra de hombres y mujeres libres. Los que no entraron al Palacio fueron los que adelantaron y empujaron el acontecimiento. El pueblo no solo querĂ­a saber de quĂ© se trataba: estaba dispuesto a poner el cuerpo. Desde entonces, lo viene haciendo en los campos de batalla, en las plazas, en los rĂ­os, en los barrios. 

Es la historia de nuestra Patria: articular y a la vez sobrepasar una y otra vez el lĂ­mite de lo instituido con una fuerza popular que al mismo tiempo desborda y encuadra. Misterios gozosos, dolorosos y luminosos, misterios misteriosos de la encarnaciĂłn de lo nuestro, de la construcciĂłn del nosotros.

Hoy es lo mismo. Junto con otros trabajadores, desde el inicio de la cuarentena los referentes sociales y lĂ­deres comunitarios han sido actores esenciales. Las mujeres y hombres que trabajan en la organizaciĂłn de la comunidad, son hoy la garantĂ­a de que en muchos lugares haya un plato de comida. TambiĂ©n son la contenciĂłn de los ĂĄnimos desesperados de los argentinos y argentinas a los que les falta todo menos fuerzas. 

Hoy hay nombres equivalentes a los de French y Beruti. Referentes que encarnan las luchas cotidianas de muchos y que son una presencia que empuja a los funcionarios a ejercer la disciplina de no ceder ante la tentaciĂłn -sutil y grosera- de los poderes. Pero hoy, mĂĄs que nunca, hay que poner en el centro de nuestra historia a Ramona Medina, Victor Giracoy y a muchos mĂĄs. A la Patria sublevada que aĂșn no logra salir del subsuelo, pero que tiene la fe y la conciencia de que tiene derecho al buen vivir. 

PUEBLO / SANTIDAD

Un paĂ­s es un pueblo encarnado en un sin fin de historias Ășnicas e irrepetibles que se nutren de una gesta herĂłica que convierte en mito la victoria fundante de una identidad. Hay que alcanzar nuevas victorias y narrarlas en escala colectiva. Poder contar cĂłmo el pueblo, a partir de millones de actos heroicos y virtuosas articulaciones, logra torcer el destino genuflexo que trazan los mediocres y avaros.

El futuro inmediato demanda niveles exigentes de organizaciĂłn y grandeza. Niveles que van mĂĄs allĂĄ de lo humano. Son exigencias y desafĂ­os que van mĂĄs allĂĄ de lo que somos. En el sentido de la polĂ­tica y de la trascendencia.  

Somos, mĂĄs o menos, una sociedad. Pero necesitamos ser un pueblo. Tenemos ciudadanĂ­a, tenemos una sociedad civil compleja, densa y diversa. Tenemos el desafĂ­o de que todo eso se articule en torno a algo superior. AcĂĄ hay una intuiciĂłn central del Papa cuando habla de “el santo pueblo de Dios”. Habla de la Iglesia pero tambiĂ©n de esa comunidad siempre abierta que se convoca y se deja interpelar, hasta lo que estĂĄ mĂĄs allĂĄ de lo humano -hasta la santidad- por una invitaciĂłn absoluta, encendedora y redentora.

Solo un pueblo “santo” puede dar vuelta esta historia. Santo no por moral perfecta ni por superioridad de cualquier tipo. Es el mismo Francisco el que habla de “los santos de la puerta de al lado” o de la “clase media de la santidad”. Es la heroicidad de lo cotidiano, del que tiene conciencia que su existencia no es un ĂĄtomo suelto sino que estĂĄ inmerso en una trama de pasiones, miedos, necesidades y luchas que no son estrictamente suyas pero que tampoco le son ajenas. Una solidaridad elemental y silenciosa, como la que se nos demanda hoy con una consigna tan bĂĄsica como “Quedate en casa”. Es la claridad para saber donde se nos necesita y tambiĂ©n cuando es que algo heroico se nos demanda. “Hoy te convertĂ­s en
”  dice cada tanto la vida. 

Francisco no solo habla de la santidad de todos los dĂ­as. Junto con eso pone en el centro, una y otra vez, a los que son perseguidos por buscar la justicia social y la vida para todos. 

ARGENTINOS UNIVERSALES / AUTOESTIMA NACIONAL

Estas lĂ­neas, como otras que venimos desarrollando acĂĄ, tienen un punto de partida, que es al mismo tiempo una excusa, una mediaciĂłn, una inspiraciĂłn y una hipĂłtesis: el hecho insĂłlito, excepcional y disruptivo de que haya un Papa venido de acĂĄ es una oportunidad para repensar algunas cosas nuestras. Pedro Saborido suele decir en sus charlas que, hasta no hace mucho, decir “un Papa argentino” era como un chiste absurdo. Pero en el reverso del chiste hay una operaciĂłn del sentido comĂșn que tiene que ver con la autoestima de los nuestros y de lo nuestro. Ese al que los que fugan, evaden y concentran le temen y, una y otra vez, socavan. 

Un “Papa argentino” era como decir “el dĂ­a de la escarapela”. Bueno, el dĂ­a de la escarapela llegĂł. Puede haber un Papa argentino, podemos ser nosotros, podemos y debemos distinguirnos en la batalla, en el baile y en el juego. Ya lo sabĂ­amos en el fĂștbol, en las revoluciones, en la ciencia y en el arte. En todo caso, para cosas asĂ­ sirve una escarapela: para reconocerse en la confrontaciĂłn, el debate, la catĂĄstrofe o la reconstrucciĂłn.

Por eso insistimos con algunos tĂłpicos de lo que dice Francisco, que sigue siendo Jorge de Flores, Bergoglio, y ahora nos “tira centros” desde San Pedro y desde Santa Marta. O sea, desde la BasĂ­lica imponente que ya se encargĂł de llenar varias veces de cartoneros e indios, o desde la residencia bastante austera con nombre de mujer desde la que todos los dĂ­as de la cuarentena dio misa casi como un cura de barrio, urbi et orbi, lanzando cada mañana mensajes de cotidianidad cariñosa mezclados con señales polĂ­ticas. Gestos y expresiones, como muchos de los que desde el principio despliega y ante las cuales las derechas y oligarquĂ­as del mundo acaso no tiemblan
 pero que algo les debe hacer porque no por nada lo atacan como a pocos PontĂ­fices en la era moderna.

Van acĂĄ tres de esos ejes con los que Francisco insiste y cuya traducciĂłn, provocaciĂłn y articulaciĂłn siguen pendientes de ser mĂĄs y mejor asumidas. 

  • Cultura del descarte / Cultura del encuentro

La teologĂ­a del pueblo, vertiente de la teologĂ­a de la liberaciĂłn de la que Francisco se nutre sencillamente porque creciĂł en su ambiente, que tambiĂ©n es una atmĂłsfera polĂ­tica y social, pone en la cultura un acento que en otro sitios no se tuvo. Lo cultural no es sin embargo para este pensamiento una zona blanda que escapa a la economĂ­a, sino muy por el contrario una matriz de entendimiento del mundo, confrontada con otras y al mismo tiempo integradora. Cultura es la matriz de sentido profundo, mĂ­tico dirĂ­a Francisco, que orienta la vida, la acciĂłn polĂ­tica y econĂłmica. Esto, el capitalismo salvaje y sus agentes lo saben muy bien, por eso su acciĂłn cultural y su atenciĂłn al alma de lo popular son una piedra angular de su Ă©xito. 

La denuncia de la cultura del descarte y la propuesta de la cultura del encuentro son un par “bien de Francisco”. Y por eso merecen atenciĂłn, profundizaciĂłn, y tambiĂ©n, cuidado en su interpretaciĂłn. 

Hay riesgos en el tipo de recepciĂłn que tienen por estas tierras esos tĂłpicos. En estos dĂ­as en que por suerte mucha gente se sumĂł a debatir la encĂ­clica Laudato Si al cumplirse 5 años de su publicaciĂłn, no es difĂ­cil ver su potencia pero tampoco el riesgo que aparece. No se puede pensar la cultura del descarte como un mero problema de ecologismo reciclador, que a lo sumo menciona al cartonero como ejemplo de superaciĂłn personal -casi un emprendedor del reciclaje-, pero omite señalar la estructura y el modelo econĂłmico que lo empuja a vivir de la basura. Lo mismo pasa con el encuentro: el riesgo es confundirlo con esas mesas de diĂĄlogo anodino donde los conflictos no se “acarician”, como gusta decir Bergoglio, sino que mĂĄs bien se disimulan, pasteurizan y, en Ășltima instancia, se evitan. El tiempo demanda un encuentro con la realidad y nombrarlo con las palabras justas. No bastan las medias palabras que no espantan a nadie y ni llegan a incomodar privilegios. Una idea de lo armonioso, tan tramposa como inteligente, pero tambiĂ©n tan viable como estĂ©ril. Una cosa es la caricia y otra diferente la blandura.

La cultura del descarte que Francisco rechaza implica una reacciĂłn en palabras y unas acciones que necesariamente harĂĄn ”lĂ­o”. Pero no el que suelen aplaudir los poderosos porque les parece simpĂĄtico o innovador. LĂ­o del otro: el que implica incluir a fondo al prĂłjimo, que es la Patria, ya no como mera consigna sino como nĂșcleo de la cultura. Como modo de vivir y de ser. Como mandato Ă©tico. Y podemos decir mĂĄs, superando inclusive la perspectiva de derechos: porque el servicio y el amor al otro son del campo de la obligaciĂłn.

Entonces “encuentro”, dicho por Francisco, es acercamiento de cuerpo presente a los conflictos, cuya estructura Ă­ntima, antes que nombrarse o pensarse, debe ser “tocada”, atravesada, asumida en todo su antagonismo hasta que suceda lo que Francisco llama una superaciĂłn por desborde. Dicho de otro modo: hasta que se pueda poner de este lado lo que hasta ayer se decĂ­a que era imposible. Lo que el pensamiento fatal -el del consenso neoliberal que comparten conservadores, socialdemĂłcratas, izquierdas y progresistas-  considera no sĂłlo imposible, sino aberrante. 

La articulaciĂłn posible es una cultura del encuentro para transfigurar la cultura del descarte, desde los descartados mismos y su dignidad como sujetos y medida de la polĂ­tica y de toda la vida colectiva. No hay que tener miedo de llamar a este encuentro unidad del pueblo o unidad popular. O sea, algo nada parecido a un prolijo diĂĄlogo habermasiano. Para Francisco, en todo caso, ser ciudadanos dialogantes es mĂĄs o menos fĂĄcil o habitual. Lo bravo, y lo fundamental, es poder ser pueblo. Eso, ser un pueblo, es una lucha. Y al mismo tiempo, un don. 

  • Poliedro, asimetrĂ­a y realismo audaz

Daniel Santoro suele hacer una reflexión sobre el escudo justicialista. Sobre su asimetría. Las manos que se toman estån en diagonal. La horizontalidad deseada, pero ficticia proveniente de las revoluciones burguesas, es reemplazada por un arriba-abajo, y una toma de manos. Muchos ven eso como un dato de asistencialismo, caudillismo, opresión, reformismo anti-revolución. Pero se puede ver ahí también, en el apretón de manos, un realismo inconmovible: la desigualdad existe pero el apretón de manos, entre los hasta ahora desiguales, también.

El Papa tiene tambiĂ©n, y es bastante conocida, una metĂĄfora geomĂ©trica. Donde la imaginaciĂłn polĂ­tica clĂĄsica piensa la perfecta figura de la esfera (platĂłnica en filosofĂ­a, habermasiana pero al final neoliberal en polĂ­tica), Bergoglio propone el ĂĄspero y anguloso poliedro. Una “forma” que conserva sus filos, sus aristas. Lo que para muchos constituye una de-formidad. Podemos decir, con Gramsci, que un poliedro porta siempre algo de in-con-formismo (vale recordar que Ă©l mismo define la hegemonĂ­a como “conformismo moral”). El poliedro de Francisco, deforme, es un no conformismo, una hegemonĂ­a desafiada, siempre fallida y abierta. Las cosas pueden cerrar, pero de-otra-forma. El poliedro es una propuesta de otra forma de imaginar la sociedad. 

Muchas veces se ha pensado la Patria como una esfera perfecta: homogĂ©nea, equilibrada, armoniosa. Impoluta. Pura. Es la utopĂ­a conservadora. Esta forma estĂ©ticamente impecable tiene, sin embargo, un precio: esconde, niega o eventualmente mata a lo que no se condice, a lo que no se conforma con esa imagen, con esa forma. Estos dĂ­as tenemos un ejemplo de eso: la “embellecida” Ciudad AutĂłnoma de Buenos Aires, que un dĂ­a se da cuenta que tiene unos barrios pintados por fuera pero sin agua por dentro. Ese es el problema de la esfera: no funciona, es mentira, tarde o temprano aparecen las aristas. Y las heridas.

La figura del poliedro vale tambiĂ©n como advertencia e inspiraciĂłn para construir el movimiento popular. De este lado de la cosa tendemos tambiĂ©n a fantasear con una identidad cerrada, en el pasado o en las ideas, en el nĂșcleo doctrinario o en tales o cuales maneras de construir el campo popular. La esfera tranquiliza: en la ideologĂ­a, en las manera clĂĄsicas o conocidas de hacer, en el espacio previsible y liso de los propios, en una pureza de abajo o de alternativa, pero en Ășltima instancia tan irreal como la del otro lado. Con mejores intenciones, claro, pero en Ășltima instancia derrotable. Las izquierdas latinoamericanas lo han vivido -miremos Brasil- y nosotros mismos hemos tenido momentos en que, cerrandonos en nuetras mejores y esfĂ©ricas convicciones, nos engolosinamos de ideas, dejamos lo real y perdemos la mayorĂ­a. Pero no sĂłlo perdemos elecciones: tambiĂ©n perdemos el corazĂłn y el alma del pueblo.

  • El kerigma y lo esencial, para poder vivir juntos 

Todas las verdades son importantes, pero hay verdades mĂĄs importantes que otras. MĂĄs centrales. Algo asĂ­ dijo el Papa y conquistĂł a muchos, al mismo tiempo que se ganĂł unos cuantos contreras por no decir enemigos. 

La idea del kerigma es en teologĂ­a la nociĂłn de la centralidad del anuncio central, del reconocimiento bĂĄsico. El centro del mensaje. El nĂșcleo de la fe. 

Cuando comenzĂł la cuarentena se dio en nuestras calles un fenĂłmeno raro y bello que se puede traer acĂĄ. Para el 24 de marzo, como no fue posible marchar a las plazas, la gente puso en sus puertas pañuelos blancos con inscripciones y carteles. Pero mĂĄs que nada los pañuelos. 

Unos dĂ­as despuĂ©s circulĂł por las redes, esas callejuelas populares de estos tiempos, el rumor que decĂ­a que convenĂ­a anudar a la puerta un pañuelo blanco contra los males de este mundo. Quedaron allĂ­, unos dĂ­as, unos y otros. El luminoso sĂ­mbolo de las madres y abuelas y el nudo de tela gualicho urbano. Como una marca en los dinteles, como una señal en los umbrales. Como una marca  para que pase de largo el ĂĄngel de la muerte, el que se lleva lo mĂĄs vivo de cada casa, lo mĂĄs querido, las primicias de la cosecha y los primogĂ©nitos. En este tiempo de cuaresma y pascua, de cuarentena y pandemia, de renegociaciĂłn de la deuda y crisis social y econĂłmica, de unidad polĂ­tica y desafĂ­o social, “hacemos un nudo en el pañuelo” para olvidarnos o no olvidarnos despuĂ©s, como dice la cigarra. Ambos pañuelos marcan el amplio espectro de lo que somos, nuestra esencia popular heterogĂ©nea y contradictoria. Lo mejor de nosotros, lo central, lo kerigmĂĄtico. Hay que sintetizar todo lo que cabe entre la conciencia popular crecida entre la reivindicaciĂłn de los derechos y la construcciĂłn de la justicia social, por un lado, y los deseos cotidianos de vivir, prosperar y protegerse, a veces individualistas o difusos, de nuestra gente.

En ese arco ancho hay que pensar y traer de nuevo lo mejor de nosotros, para resucitar y seguir cantando al sol. 

REVOLUCIÓN DE LA TERNURA / CUIDADO DE LO COMÚN

Este 25 de mayo nos encuentra con la palabra cuidado entre las mĂĄs mencionadas en la polĂ­tica y en el discurso pĂșblico en general. Palabra que, hay que recordar ademĂĄs, nombra uno de los nĂșcleos centrales del pensamiento del movimiento de mujeres y una de sus interpelaciones mĂĄs potentes respecto a las prĂĄcticas sociales, el reconocimiento y la distribuciĂłn. “QuiĂ©n cuida a quiĂ©n, en quĂ© condiciones, con quĂ© consecuencias y a cambio de quĂ©â€ podrĂ­a ser una ecuaciĂłn para pensar la ciudadanĂ­a y el lazo social en la Argentina del 2020. 

La fecha patria llega ademĂĄs mientras se cumplen cinco años de la encĂ­clica de Francisco sobre el cuidado de la Casa ComĂșn. Con ese subtĂ­tulo de la Laudato Si, Francisco mete en una sola frase la cuestiĂłn econĂłmica, la cuestiĂłn ecolĂłgica y todos los registros de las tareas y acciones necesarias. 

Cuidado es protecciĂłn y cercanĂ­a, acogimiento y ternura, cultivo y labranza. Y al mismo tiempo es advertencia y denuncia. Prudencia, entendida como coraje en la autolimitaciĂłn y la entrega, un llamado urgente y firme para la correcciĂłn del rumbo mortal y depredador de los otros y de los recursos, de la vida individual y del entorno.

Desde las pråcticas individuales hasta las decisiones geopolíticas, el cuidado es un nombre de, y a la vez interpelación a, las formas de ejercer el poder. Y es también un llamado a la delicadeza, la rigurosidad, la cautela y la precisión, un señalamiento de la oportunidad que debemos aprovechar pero que ademås podemos perder si no actuamos urgentemente, con consecuencias terribles.

La ecologĂ­a y la economĂ­a y la casa van de la mano. Las tres contienen el eco de “oikos”, casa en griego, en su raĂ­z. 

Es un tiempo de cuidados. Cuidado del lugar donde habitamos, la tierra compartida que debe ser distribuida, el techo que cada cual debe tener para poder vivir juntos bajo el cielo comĂșn de la Patria. Cuidado de la mesa servida que el trabajo creado y defendido garantiza, donde la dignidad se plasma en el corazĂłn Ă­ntimo de cada familia. Cuidado en las prioridades y las decisiones. Cuidado de la unidad. Porque el cuidado de la tierra, la mesa y la dignidad demanda construcciones polĂ­ticas capaces de subordinar la economĂ­a al bien comĂșn.

«Decir Patria es decir humanidad«, escribió José Martí. Este 25 de mayo, en medio de pandemias, renegociación de deudas y barrios emergentes, volvemos a gritar:

AL GRAN PUEBLO ARGENTINO, y a todos los pueblos: ÂĄSALUD!

  • panen77